El monacato es en sí y de por sí, un cambio de vida total. Implica asumir un abandono total en las manos de Nuestro Señor, que, si bien debería ser la esencia misma de todo cristiano, no lo es.
Ser monje es vivir el Padre Nuestro y vivir en un estado de pasiva actividad, es estar siempre dispuesto a la acción mediante la oración y a la oración en acción.
Ser monje, no es abandonar la sociedad como muchos creen, es hacerse uno con la sociedad, es estar inmerso en el día a día sin estarlo, es llevar a la sociedad a Dios y a Dios a la sociedad, ¡no es fácil el monacato!
La vocación monástica: requiere sentir la llamada de Dios. Unas veces, resulta clara y transparente. Otras, las más, tienen que abrirse paso entre oscuridades, resistencias y lucha interior. Para lograr esta entrega, tenemos una Regla que debe cumplirse a cabalidad, en la estricta aplicación de la Regla a nuestra vida es que vamos realmente logrando la plenitud del monacato, la Regla además pretende organizar la vida del monasterio y hacer de él un lugar donde se busque a Dios, una casa de silencio y de paz, un taller para ejercitarse en la vida espiritual, donde la alabanza a Dios sea un trabajo y el trabajo se pueda realizar en clima de oración.
Ser monje ortodoxo, tiene además un matiz que hace la entrega mucho más atractiva. Luchamos por vivir y para vivir, vivimos para morir y morimos para vivir, estamos llamados a ser Cristos en medio de nuestra sociedad; debemos ser luz de los que están en la obscuridad del ateísmo, del odio, de todo aquello que lo aleja de la alegría de la fe. Estamos llamados a ser puentes entre Dios y los hombres, a predicar con el ejemplo, a ser consecuentes con el Santo Evangelio y con los votos que emitimos ante quién es sin lugar a dudas la voz de Dios en la tierra, nuestro Arzobispo.
Vivir el monacato, es estar permanentemente perdonando y orando por quienes solo buscan dañarnos, esos que tienen verdaderos menús en sus secretarías de los templos y ponen precio a los misterios que fueron, son y serán un regalo del Señor.
Ser monje, es ser loco, es estar loco, pero, loco de amor por Cristo; es darse cuenta de que no podemos vivir sin Él y que todo lo soñamos es poder vivir y hacer Su Voluntad, es entender el verdadero AMOR, porque estamos enamorados del único y verdadero AMOR. Es estar loco, porque queremos llevar al conocimiento de Cristo al mundo, porque oramos por todos, pero, principalmente por quienes más daño nos han hecho y realmente vivimos el mandamiento del amor. Es esta locura hermosa la que se logra vivir siendo monje, es posible alcanzarla en cualquier otro estado, pero, para un monje es la luz al final del túnel.
Ser monje, es vivir en combate permanente con el maligno y sus huestes, es ser escudo para las almas débiles, es vivir el día a día seguros que Dios proveerá y sin querer más que lo que nuestro Padre quiera darnos en su magnanimidad.
Ser monje es vivir muriendo y morir viviendo.
Es así, pues, quizás lo más simple de este tipo de vida, el vivir los votos que hacemos publica y libremente frente a nuestro Abad o Arzobispo. Poco es lo que puede hablarse de ellos ya que son por todos conocidos y no caben muchos comentarios.
Ser célibe o vivir la castidad, es una ELECCIÓN PERSONAL y VOLUNTARIA, que nos ayuda a perfeccionar la entrega a Dios, en cuanto a que nos libera de ataduras sentimentales, salvo los casos en que el monje se hace monje luego de haber vivido una vida de familia y tiene hijos. En este caso, el celibato es un desafío que como tal debe ser entendido, los placeres mundanos y más específicamente, los placeres de la carne, son un permanente llamado a la oración y no porque sean malos, en esencia no lo son, sino porque son el camino que abre el maligno y sus huestes para tentarnos y hacernos romper nuestros votos. Es así que debemos vivir en constante cuidado de no caer en tentación y volver al Padre Nuestro una y otra vez, seguros de que es en la oración donde se encuentra la protección contra toda tentación.
La Obediencia, es probablemente el más difícil de los votos, porque atenta contra nuestra “libertad” y molesta nuestro ego. Debemos asumir que Dios habla por medio de algunos hombres y uno de ellos es nuestro Abad, toda indicación que venga de él, es palabra de Dios y debe ser obedecida. El obedecer no es el simple acto de cumplir lo ordenado o solicitado, es mucho más, es el asumir como nuestra la voluntad de quién está a cargo y por lo mismo de morir a mi voluntad para hacer la de él, y haciéndola mía cumplirla con la mayor diligencia y entrega. Implica nunca hacer las cosas a regañadientes, seguros de que estamos cumpliendo la Voluntad de Dios.
La Pobreza, ser pobre no es NO TENER NADA, difícilmente Dios en su infinito amor nos pediría algo semejante, es el NO DEPENDER DE NADA y DEPENDER solamente de Dios. Todo lo que poseemos puede en algún momento convertirse en un falso ídolo y solo debemos adorar a Dios, será el becerro de oro bíblico. El saber que tenemos lo que el Amor de Dios quiere darnos y no depender de eso material es la vivencia de la pobreza.
Como podrán haber visto en estas pocas líneas, ser monje es más que una vocación es un REGALO de Dios y posiblemente el regalo más hermoso que pueda recibir un hombre. En nuestra Santa Iglesia, son los monjes los escogidos para cumplir con las tareas obispales, pienso que esto es únicamente porque han aprendido a morir a sus voluntades para vivir la Voluntad de Dios y es eso lo que transmiten a quienes les ha sido asignado guiar.
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